Comentaba Octavio Paz que los
grandes libros eran aquelloss libros necesarios
que lograban responder a las preguntas que, oscuramente y sin formularlas del
todo, se hace el resto de los hombres. Esos libros, río de caudal nutrido, reflejo
y guías de toda sociedad y que por alguna razón inexplicable – en ocasiones-, le
salvan a uno la vida parecen evaporarse día tras día ante su escaso consumo y
diluirse en el enmarañado tsunami
literario. Darse a las letras, a las buenas letras -se entiende- , es a día de
hoy para una gran mayoría un lance quijotesco, una contienda latosa y baldía. Los
tiempos marcan nuevos horizontes y las inquietudes sociales son otras
constatando que ni los libros más accesibles y cómodos alcanzan un número de
lectores atractivo. Esta cruda realidad confirma algunos vaticinios sobre el
futuro de la literatura nada optimistas; se espera prolífica, sí, pero también light, fugaz y carente de savia
intelectual siguiendo el dictamen de la inapetencia literaria de las nuevas
generaciones. En esta encrucijada de mar de abundancia y océano insustancial,
incurre en el panorama editorial un tipo de literatura que no siendo lo uno
(necesaria) ni tampoco lo otro (light),
ejerce una fuerza destinada a alcanzar a todo tipo de receptores. En esa zona
intermedia, en ese punto fronterizo se confina Victus de Sánchez Piñol (Barcelona 1969). Victus es un regalo. Una singular aportación al panorama literario
actual; una novela espléndida, sugerente y bien escrita. Un huracán épico que
arranca con nervio y vigor desde la primera página hasta la última; un vendaval
de aire fresco, un gaudeamus literario e histórico aderezado con dosis de humor
y carga emotiva, que configuran un texto altamente efectivo. La maestría de
Piñol consiste en que el material narrativo, la poliorcética, el arte de
asediar y fortificar ciudades que a
priori puede resultar denso para el lector poco versado, resulta novelable
y atractivo, dejándolo gratamente complacido. La ingeniera militar pues, tema dilecto
de Piñol que ya desarrolló en sus novelas anteriores, le da ahora el marco para
pintar un lienzo ambientado en la Guerra de Sucesión española que enfrentó a
las dos coronas de Francia y España contra los aliados austracistas. El autor antropólogo
de profesión, y autor de guiones,
ensayos, artículos y novelas como La piel
fría (2002) y Pandora en el Congo
(2005), con las que obtuvo el reconocimiento de la crítica y el público, nos
sorprende esta vez con un registro totalmente diferente, el de la novela
histórica. Victus narra la vida de su
héroe Martí Zuviría desde su formación como ingeniero en los dominios del
marqués de Vauban en la Borgoña francesa, hasta sus peripecias en territorio
español trabajando para los dos bandos enfrentados durante conflicto bélico. El
autor construye un relato que nos hace vivir la contienda en la primera línea y
desde abajo. La mirada es la del pueblo catalán que resistió durante trece
meses el asedio brutal y desproporcionado de las tropas de Felipe V, que
bombardearon despiadadamente Barcelona con más de treinta mil proyectiles hasta
su caída el 11 de septiembre de 1714. El relato sin embargo, lejos de caer en
las vindicaciones políticas del pasado y en el morbo gratuito, resuelve el
conflicto moral responsabilizando a los dirigentes y las clases políticas de
ambos bandos, y destacando como verdaderos héroes a la guarnición no
profesional, la de los civiles, que como escudos humanos comandados por el
auténtico héroe de la resistencia catalana, el general castellano don Antonio
Villarroel, lograron resistir el apocalíptico asalto durante un año.
El relato narrado en primera
persona por su protagonista Martí Zurivia (Piernaslargas)
a modo de memorias dictadas, nos sorprende por el habla coloquial, desenfadada
e irónica más propia de actualidad que de finales del XVIII. Encontramos vocablos
anacrónicos: “tronco”, “mariposón”; expresiones y comentarios sarcásticos:
“viejo chocho”; “El único debate es saber si para sus súbditos es
mejor que los gobierne un tonto del culo o un hijo de puta”; “La dignidad de un
pueblo no se compra, pero llegaron a repartir dinero. Viva Carlos III mientras
haya dinero”; “Los felpudos rojos eran demasiado civilizados. ¡El mundo nos iba
a cortar el cuello y ellos preocupados por empolvarse la peluca!”. Recursos
lingüísticos que le sirven al autor para acercar al lector
a un escenario colmado de datos históricos rigurosamente documentados, donde
todas las operaciones militares, los hechos y las escaramuzas sucedieron, y en
las que Piñol consigue adentrarnos cómodamente.
Cabe señalar también la maestría con
la que Piñol mezcla de personajes históricos con los de ficción. Personajes reales
como el brillante ingeniero, el marqués de Vauban, el propio Martí Zuviría que
sirvió al gran general Villarroel, o el cuestionado Rafael de Casanova, conviven
en armonía con otros personajes apicarados como el pequeño Anfant, el enano Nan,
o la meretriz Amelis conformando un perfecto maridaje donde los verdaderos parecen salidos del imaginario del autor y los ficticios, tan
sólidos y emocionantes, de la vida misma.
Pero si algo destaca en Victus es su estilo. Sánchez Piñol se
las ingenia para seducir al lector con una escritura natural, honesta, directa
y desatada que hace avanzar la lectura de forma ágil y sencilla creando un
relato adictivo trufado de elementos sugestivos:
“Si el
hombre es el único ser que posee una mente geométrica y racional, ¿por qué los
indefensos combaten al poderoso y bien armado? ¿Por qué los pocos se oponen a
los muchos y los pequeños resisten a los grandes? Yo lo sé. Por una palabra”.
(13).
Más adelante:
“Lo que
digo: la guerra es el fuego que hace hervir la olla, impulsa el vapor atávico y
levanta esa ligera, insegura tapa llamada civilización. Rosseau tenía razón: lo
salvaje no está fuera, sino debajo; el salvaje no se halla en las latitudes
exóticas, sino en nuestro interior más recóndito. Den una excusa a ese salvaje,
a ese mal salvaje, y saldrá a la luz, derrumbando lo civilizado como una bala
de cañón un tabique” (410).
El estilo trepidante y salpicado de
humor despierta y excita el interés del lector desde la primera página hasta el
final. El lenguaje limpio sin excesos innecesarios ni pirotecnia gongorina se
ajusta a su prosa pragmática y despreocupada:
Me iban a
matar, No, peor; codos y rodillas me transportaban hacia una negrura más
infeliz que la muerte. Y todo por un viejo encorvado, un enano deforme, un niño
cafre y una puta morena. Ya que los poetas no se atreven lo diré yo. El amor es
una mierda (492).
En definitiva, Victus
es una excelente novela, enérgicamente escrita, exquisitamente ambientada, con
un ritmo narrativo ágil y fuerza estilística, que no deja indiferente. Si
deciden leer Victus háganlo sin
prejuicios políticos ni partidistas y saboreen sus valores literarios que los
tiene. Les garantizo momentos divertidos, con carcajada incluida pero también
episodios conmovedores, emotivos y ásperos, todos ellos ataviados con un vasto
conocimiento sobre ingeniería militar que fascina. Victus es una perspicaz fusión de componentes que avivan el relato
página tras página hacia el final, dando la satisfacción a lector de haber
dedicado su tiempo –que siempre es valioso- a un libro que merece la pena. Lean
bajo esta luz la novela ¡Entréguense a Victus! No les defraudará.
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