Más allá de la Regenta: el Clarín cuentista




Lo primero que echa de ver quien se acerca a los relatos breves de Clarín es que en estos, al igual que en su producción novelística y periodística mora una calidad literaria indiscutible. Leopoldo Alas conocido en su época por sus numerosos y brillantes artículos de crítica se conoce a día de hoy más por sus obras de ficción, esto es, -y sobre todo- por haber escrito la obra maestra de la novela española del siglo XIX, La Regenta. Realidad que ha eclipsado injustamente al resto de su producción narrativa; además de excelente novelista, brillante articulista y crítico perspicaz, fue el mejor cuentista español de su siglo. La devoción por el ejercicio periodístico convergió en la escritura de cuentos, de ahí que no podamos obviar que el cuentista fue antes de todo escritor de artículos. Su formación profesional es periodística y de ahí parte todo lo demás. Así pues, la experiencia como articulista se manifiesta en sus relatos breves en cuanto al mérito expresivo y la tensión literaria del estilo, consiguiendo un punto medio de conciliación entre ambos géneros que le permite aprovechar la rentabilidad económica con las aspiraciones de creador. En ese  universo narrativo Alas desarrolla una actividad timbrada por la contaminación y  permeabilidad entre los géneros difuminando la frontera entre lo uno y lo otro, mostrándose Alas contrario al encasillamiento genérico que coarta la expresión de libertad. En ese trasvase de géneros, sin embargo, el autor, jamás abdica en una devaluación expresiva o un demérito artístico, sino que siempre demuestra ser el estilista impecable. 
Así pues, cultivó Alas la narración corta, de manera constante a lo largo de su trayectoria como escritor. Por lo menos lo podemos documentar desde 1876, año en que aparece publicado su primer relato conocido, Estilicón, hasta 1901, año en que ve la luz su última publicación póstuma El gallo de Sócrates. Un género, el del relato breve, que si bien fue considerado mayoritariamente por el público del XIX de naturaleza menos difícil e inferior a la novela –así también lo conciben los lectores del siglo XXI-, suponía un reto igual de desafiante que el de su hermana mayor (la novela). Así lo creía el autor que en 1892 comentaba: “El cuento no es más ni menos arte que la novela: no es más difícil como se ha dicho, pero tampoco menos; es otra cosa: es más difícil para el que no es cuentistaEl que no sea artista, el que no sea poeta, en el lato sentido, no hará un cuento, como no hará una novela”.[1] Así pues, leyendo la Regenta, cuentos como ¡Adiós Cordera! o Cambio de luz, novelas cortas como El Señor sorprende la multiplicidad de aptitudes revelada por Clarín. Novelas, novelas-cortas y cuentos reclaman diversos dones, y quien sabe narrar una historia quizá sea incapaz de forjar un mundo, como apunta Ricardo Gullón, que además opina que Alarcón, mediano novelista acertó en escribir una de las mejores novelas cortas del siglo XIX: El sombreo de tres picos, o Galdós que creó un orbe novelesco ingente, pero no logró grandes éxitos en los sub-géneros: “Alas fue, en su generación, el único capaz de llegar en los tres a niveles más altos –ni Valera ni Doña Emilia Pardo Bazán escribieron una novela parangonable a La Regenta, ni Pereda una novela-corta como El Señor o un cuento como Cambio de Luz. [Gullón,1952: 3].        
Leopoldo Alas escribió novelas novelas-cortas y cuentos, sin establecer una distinción técnica entre los tres géneros –o subgéneros-, sino que distribuyó su creación en tres grupos. Escribió dos novelas, numerosos cuentos y casi una docena de novelas cortas. A La Regenta y a Su único hijo las llama novelas; los cuentos de distinta disposición no es posible enumerarlos aquí; y de las novelas-cortas publicadas bajo este marbete son las incluidas en el volumen encabezado por Pipá; a ellas será preciso añadir por lo menos otras cuatro: Doña Berta, Superchería, El Señor y El cura de Vericueto.
Sin embargo, no es intención de este pergeño clasificatorio forzar las cosas, pues resulta obvio que la frontera entre los tres grupos de ficción queda desdibujada puesto que hallamos flancos en los que se adscriben narraciones de vario tipo. Tanto los cuentos como las novelas cortas de Clarín parten en su concepción del género poético. A este propósito lamentaba el escritor en su breve ensayo “La novela novelesca”  la carestía lírica en las novelas contemporáneas: “Sí: suele faltar la poesía en un sentido restringido y algo vago de la palabra; sentido que se explica mal, pero que todos comprenden bien”. Así pues, Alas ponderó el carácter poético en los relatos decimonónicos teniendo siempre presente la exigencia que al cuentista se le solicitaba, esto es, la condición de poeta: el don y la gracia de saber captar el delicado e intenso momento de una existencia en pocas líneas.
Sin embargo, esta exigencia huye de lo que se puede entender como poema en prosa o prosa poética. Su ambición creadora aspira a un lirismo que no emana del ropaje verbal sino de la misma trama, de la desnuda acción. Así se observa en sus narraciones breves, ya sean cuentos o novelas cortas. Son todas ellas, sobre todo y ante todo, argumento, de ahí que los excesos verbales, las interferencias líricas y las florituras verbales queden mermadas o amputadas porque sólo las palabras exactas y justas pueden ceñirse sin arruga ni tirantez  a la verdadera poesía del texto que emana de su mismo asunto.
Alas consiguió materializar ese ideal poético, por un lado, con el realismo y la ausencia de escenografía liricoide, por otro, con la ternura que brota de sus páginas sin degenerar nunca en la sensiblería y en el morbo gratuito.




[1]“Revista literaria” (La publicidad) 3 de agosto de 1892.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

GULLÓN, Ricardo, (1952): “Las novelas cortas de ‘Clarín’”, Ínsula, 76, p. 3.

LISSORGUES, Yvan, ed. (1989): Leopoldo Alas “Clarín” Narraciones breves. Barcelona. Anthropos.  

SOTELO, Adolfo, (2010): Leopoldo Alas, narrador en el fin-de- siècle: ética y estética, Anales, 22, pp. 11-32.

Cruzando el umbral de Mortal y rosa. Cap.2



Fue Francisco Umbral un escritor muy versátil, cultivó todos los géneros narrativos: memorias, autobiografía, novela, cuento, ensayo, crítica literaria, diccionarios, poesía etc… Su “eléctrica” pluma opera sin establecer fronteras entre los géneros nadando en diferentes aguas a placer, dificultando la tipificación de sus textos. El mismo escritor desdeñó la etiqueta “comercial” de novelas umbralianas por la idea de novelista de la memoria porque sus obras son libros de memorias proyectados a través de la subjetividad, la memoria y el estilo, alejados de la simple redacción. Su quehacer literario aspira como en la lírica a la recreación sin ciña, libre de  cualquier estructura ordenada sujeta a peripecias, donde la combinación léxica, verbal y la voluntad de experimentación entran en disputa con los presupuestos decimonónicos. Para Umbral solo había un camino posible para la creación: el sendero marcado por Proust. Con él – y según el autor-: “La novela tradicional, ese juego, ese artificio estúpido muere”. Proust le da las coordenadas para crear: la contaminación de géneros, el lirismo y el componente subjetivo en busca de la conquista del yo. Todo un decálogo que el autor articula al compás de un tiempo que el mismo arbitra para recrear todo un universo estilístico e idiomático levantado a través de la repetición y la insistencia, claves en la definición de su estilo que exhibe a través de una innegable intención: escribir el mismo libro pero cada vez de forma distinta.
En este universo estilístico individuante se impone sobresalientemente Mortal y Rosa. El público solicita un libro con el que recordar a un gran escritor que englobe toda una labor de años en una pieza única, en donde su autor se manifieste como en ninguna otra. Como Lope de Vega siempre estará cosido a Fuenteovejuna, o Juan Ramón a Platero y yo, Umbral quedará por Mortal y Rosa, su obra cumbre y una de las piezas magistrales de la narrativa contemporánea. Es a nuestro parecer uno de los más valiosos ejemplos del experimentalismo que se llevó a cabo en la década de los setenta en sintonía con otras obras de calado como Volverás a Región de Benet, ejemplos de alta literatura y gran exigencia estética. En este marco Umbral ejecuta un texto marcado por el fragmentarismo, los discursos líricos, los blancos tipográficos, el légamo de la memoria en transgresión con los principios escolásticos dando el impulso definitivo y la constatación de una nueva forma de escribir evidenciando un estilo brillante y particular. Su prosa transita entre el diario íntimo que va tejiendo a diferentes ritmos con altas dosis de lirismo desestructurado y fraccionado. La independencia de los segmentos actúan como unidades de tres o cuatro páginas relacionadas con los descansos que el autor se toma, y que desgajados del corpus principal funcionan como artículos o breves ensayos. Este fragmentarismo le da lo que Javier Marías llamó “calidad de página”, pero lejos de actuar como módulos inconexos, en Mortal y rosa están excelentemente soldados, hilvanados sutilmente para que el hilo argumental –la enfermedad de su hijo-, se estire hasta el final con la trágica muerte del pequeño. Tras una apariencia desestructurada, dividida y caótica hay un discurso muy meditado y bien ensamblado que recuerda a los paisajes de la escuela pictórica impresionista. Mortal y rosa se escribe a golpe de trazos ligeros pero contundentes que captan la realidad en esencia a partir de la espontánea inspiración, dejando que la inventiva y la peripecia se sustenten en el orden verbal.

Si el estilo es la huella dactilar y sello de identidad de todo escritor, el de Francisco Umbral sobresale por original e intransferible. Umbral aplica en Mortal y rosa  los recursos del verso y los potencia al máximo, de ahí que se hable de prosa lírica con reminiscencias musicales de la prosa simbolista y modernista. Umbral se acoge a la fuerza evocadora fonética de las palabras que se engarzan unas tras otras formando una armoniosa melodía que consigue emocionar al lector:

“El Frío, hijo, el frío, compañero helado de la infancia pobre, gato sucio y arañador que fue mi única amistad durante tantos años, que toda la vida ha ido haciendo crecer su yedra por mi cuerpo invernal, y que ahora, más vencido yo hacia la sombra, me atenaza la garganta con una fijeza triste, o canta en mis bronquios con metal turbio de la noche, o ciñe mi vientre, lo traspasa como un filo invisible, como un frígido cuchillo de pescado, hasta dejarme doblado, encogido, indefenso” (Mortal y rosa).

 Es un estilo lírico que lleva hasta el límite la creación expresiva donde los juegos verbales, las metáforas, las imágenes, las series adjetivales o las enumeraciones potencian más la carga connotativa que la denotativa. Nos enfrentamos a un estilo anárquico, grave y porfioso que busca siempre la originalidad y la sorpresa pero sobre todo es profundamente sensorial. Umbral siente el mundo a través de sus sentidos ávidamente desarrollados. Su entorno es  desmenuzado a través de su bagaje lírico y de ahí que la realidad exterior se muestre distinta, extramundana recreada a través de su incuestionable personalidad. El modelo lírico le da la posibilidad del ejercicio estilístico como un juego para llevar el lenguaje a sus últimas consecuencias, el lenguaje por encima de la propia obra y del propio escritor. Jugar con el lenguaje y perseguir las palabras siempre con transparencia, dejando pasar la luz del mundo sobre la cuartilla, el sol sobre la escritura evitando que su pluma –como escritor, se entiende-, ensombrezca la palabra escrita.
El estilo de Mortal y rosa responde al dominio y deleite por los recursos líricos orquestados por el componente autobiográfico. El resultado es un ejercicio estilístico brillante, intenso, ágil, eléctrico fruto de la desesperación y del delirio: evocaciones repentinas llenas de cólera, locura, ternura y desconsuelo escritas por un bonzo  -en palabras del propio autor- : “a las seis de la mañana, con pastillas y alcohol”.  El “juego de piernas” en palabras de José Hierro, distrae la atención de las reflexiones y comentarios más profusos. La pirueta verbal se exhibe para regalar ingenio y originalidad sea cual sea el tema a tratar. La calidad estética, el lirismo y las reflexiones de hondo calado confluyen creando un discurso que transita desde el exacerbado vitalismo de las primeras páginas al nihilismo en las últimas:

“Solo encontré una verdad en la vida, hijo y eras tú. Solo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con las lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirme. Si no, haría ese gesto y nada más” (Mortal y rosa).


El pensamiento filosófico umbraliano se oculta una vez más bajo el poder y la fuerza del lenguaje lírico y la magia estética. El perpetuo tour de force entre el desgarro interior y la potestad del lenguaje origina en sus páginas algo “misterioso”  como apuntó Pla. De toda la obra umbraliana, es Mortal y rosa la que mejor equilibra pensamiento, altura estilística y poesía, convirtiendo el texto en una obra tridimensional y unívoca, y a Umbral, en un escritor insumergible.

Cruzando el umbral de Mortal y rosa Cap.1



En 1977 Andrés Amorós lamentaba que siendo Umbral uno de los escritores españoles que había alcanzado más popularidad, su creación literaria no había sido estudiada como merecía, quizá por cercanía –por juventud-, o bien por su incomprensión, dejando ese reto a futuros venideros. En los albores del siglo XXI el lance sigue vigente puesto que los estudios realizados a su obra se cuentan escasos si nos atenemos a la ingente producción que dejó con noventa títulos publicados y miles de artículos de periódico, siendo uno de los escritores más prolíficos de la segunda mitad del siglo XX. Esta realidad literaria –aunque quizá no procesada- lo sitúa en la misma esfera que Ramón Gómez de la Serna al que Umbral nunca ocultó su admiración y con el que tantas semejanzas comparte.
Así pues, nos encontramos ante un escritor algo desconocido, enmascarado por la “grandilocuencia” del personaje en sí y que de alguna manera denostó su labor literaria. La obra umbraliana traspasa las fronteras de lo inasible para enraizarse en la perpetuidad de la memoria literaria con esa dedicación absoluta a la literatura que él llamó la “escritura perpetua” porque esta lo era todo, su vida y su mundo. Ese vivir por y para la escritura lo ha encasillado en el último de los escritores  -en palabras de Cela- que “acertó a pasar por este valle de lágrimas nimbado de literatura, naufragado y envuelto en literatura, confundido con la misma literatura, esa anegadora nube de buena disciplina”. Es Umbral pues el último escritor que cierra la nómina de escritores como Valle- Inclán, Manolo Machado, Gómez de la Serna, “rehén gozoso” –según García Posada- de la literatura en un tiempo periclitado y con cierto desmedro de épocas más literarias donde su pluma rezuma algo desubicada. Pero es en este punto donde se manifiesta el escritor individuante y original siempre trabajando con el idioma, buscando las asociaciones más insospechadas, manipulando la gramática a placer. Todo su  universo literario remite a un mismo manantial: el de la elaboración de un estilo propio, trabajado, articulado, desmenuzado, recreado que configura su estética tan personal y unívoca.
De lo dicho se profiere que cuando uno se adentra en el mundo personal y profesional de Francisco Umbral es necesario manejar una serie de coordenadas para comprender su singular manera de entender la literatura. Lo primero que echa de ver quien se encara a su prosa es que el componente autobiográfico mora en toda su producción narrativa. Umbral se sirve de su propia existencia como material novelable. El aparato vital –la no ficción- camina por el mismo sendero que el de la ficción o fábula sin discernir la vida del hombre con la vida del escritor. Vida y literatura forman parte de una misma moneda, la cara y cruz que siempre van unidas, insoslayables la una de la otra. De ahí que en su creación narrativa el hombre aparezca sin reservas y en su vida privada el escritor deambule obstinadamente. Autobiografía y ficción andan de la mano por senderos afines de la creación artística, intercalándose entre sí superponiéndose la una a la otra sin aviso. El componente memorialístico se erige por encima casi siempre de la fábula, en otros textos, será a la inversa, pero lo habitual es que ambos se fusionen en el mismo molde, creando un cierto barullo entre ambos conceptos. Se produce así un pacto que el autor establece consigo mismo y con el material seleccionado pero también con el lector que acepta esa convención en cuanto lo importante no es la verosimilitud de los hechos narrados sino la gratificación estética e intelectual que el elemento recordatorio comporta. Además en Umbral su prosa es deliberadamente autobiográfica porque entiende la escritura como un acto de interiorización personal que huye del egotismo en sí mismo, como catarsis, como herramienta necesaria para la comprensión de la propia naturaleza humana.
De ahí que su creación huya de la ficción ajustada a los cánones narrativos que coartan la libertad, y se acomode operando desde la absoluta independencia que le proporciona la tendencia memorialística. La anécdota pasa a ser mero punto de apoyo a partir del cual poder profundizar y desarrollar un discurso eminentemente autobiográfico que no pretende dar ideas ni conclusiones determinadas, sino que el relato funciona como catarata de pensamientos desbocados sin intención intelectual.
Del discurso autobiográfico nace la literatura como evasión. A través de la pluma Umbral consigue huir de la realidad que se le muestra hostil y perversa. Es la reivindicación del yo romántico (yoísmo) siguiendo los presupuestos del idealismo alemán: el hombre frente al mundo y en contra de una sociedad que le repugna. También como eternización de la infancia incorruptible, como sustento del ego, como una profesionalidad exasperada y como un mismo acto existencial que le llevó a la creación de una imagen que conjugaba el malditismo, el snobismo y el esteticismo, dando lugar a motes como “el viejo dandi” o el “quinqui vestido de Pierre Cardin”. Un disfraz que él mismo reconocería en varias ocasiones y que le fue muy fructuoso porque ayudaba a vender. Detrás de de la voz ofensiva, la actitud irreverente y provocadora, las gafas de pasta y bufanda blanca, propio de modelos románticos como Larra, Baulelaire, Wilde, Rimbaud etc… asomaba un hombre de profunda sensibilidad y ternura, que se escondía tras el fortín de su pluma.


De lo expuesto a lo realmente sustancial en la prosa umbraliana: el estilo. Para muchos críticos: unos de los grandes estilos del siglo. Es para Umbral la escritura acto de libertad expresiva. No teme romper las convenciones, las reglas, y la gramática para crear, recrear y enriquecer. Su modus operandi estriba en destruir la gramática para experimentar y sacar el máximo provecho de ella. El lenguaje es llevado a sus últimas consecuencias y los juegos verbales provocan las asociaciones más insospechadas. Destrucción para una posible reconstrucción. Primero el lenguaje, luego  y siempre el lenguaje, en busca del texto puro, en línea de los formalistas rusos y los estructuralistas franceses que le dan las pautas que luego él reelabora en unos recursos y registros estilísticos que singularizan su creación narrativa. El resultado es un estilo propio como el ADN, personal e intransferible, que emana de la libertad y la anarquía y en donde los juegos verbales, las metáforas, las sinestesias y la musicalidad invaden toda su prosa poética. Y es que lo que realmente hace Umbral es aplicar los recursos del verso –al que fue gran aficionado- a la prosa, otorgando a sus textos una indiscutible perpetuidad en el tiempo.

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