La narrativa picaresca de Alonso de Castillo Solórzano
Alonso de Castillo Solórzano (Tordesillas,
1584) fue un autor prolífico[1]
con casi medio centenar de obras cortas distribuidas casi todas en nueve
volúmenes. Escribió siete comedias, cinco entremeses, un auto sacramental,
hagiografías, libros de temática histórica, cuatro obras de corte picaresco y
dos volúmenes de poesía satírico-burlesca. Fue, en palabras de Francisco Rico, un
auténtico “home de lettres (y hasta polygrafhe)”. Sus buenas relaciones
dentro del ambiente literario, sobre todo con dramaturgos de la talla de Lope
de Vega, Juan Pérez Montalbán, Tirso de Molina, Guillén de Castro y otros, consolidaron
su participación en las sesiones de la Academia de Madrid, que se reunía en
casa de Sebastián Francisco de Medrano hasta 1622, y posteriormente en la de
Francisco de Mendoza. Su espíritu social, afable y versátil le permitió vivir
del mecenazgo y publicar casi un libro por año, hecho relevante, si tenemos
presente que por aquel entonces solo vivía de la literatura Lope de Vega, quien
podía escribir pane lucrando.
Castillo Solórzano llega al saturado mercado de
escritores durante el reinado de Felipe IV, y hábilmente se manifiesta a favor
de la poesía “llana” en oposición a la oscuridad propugnada por Góngora. Hace
carrera como "satélite" de Lope de Vega y acerca posturas en cuanto al ejercicio
poético jocoso, al genial Quevedo. Sin embargo, la sombra de Quevedo es
demasiado alargada, y el vallisotelano decide enfilar su talento hacia otros
fueros menos explotados, cuyo inventor había ya fallecido, dejando un sendero
abierto por donde hacer camino en las letras: “Yo he abierto en mis Novelas un camino/ por do la lengua
castellana puede/ mostrar con propiedad un desatino”.
Ciertamente, Castillo no inventa nada nuevo, sigue la tradición literaria cervantina en lo que se refiere a las novelas cortas, y la breve estela dejada por Salas Barbadillo, amigo y mentor hacia 1625. Con el terreno libre se apropió del espacio dejado y se erigió como el narrador por antonomasia del campo literario vigente, solo igualado –aunque con los prejuicios de género de entonces-, por María de Zayas.
Ciertamente, Castillo no inventa nada nuevo, sigue la tradición literaria cervantina en lo que se refiere a las novelas cortas, y la breve estela dejada por Salas Barbadillo, amigo y mentor hacia 1625. Con el terreno libre se apropió del espacio dejado y se erigió como el narrador por antonomasia del campo literario vigente, solo igualado –aunque con los prejuicios de género de entonces-, por María de Zayas.
Es, ante todo, Castillo Solórzano un
novelista que junto a otros nombres como Tirso, Lope, Céspedes, Montalbán,
Lozano, Zayas, Barbadillo o Camerino, idearon el género conocido como novela
cortesana[2].
Sin embargo, su creación literaria se estructura en dos bloques bien
diferenciados: narraciones cortesanas y relatos apicarados[3].
La incombustible sed de éxito llevó a
Castillo a hondear en las aguas de la picaresca cuando un rebrote del género se
produce a principios del siglo XVII. Y es que hacia 1630 la novela picaresca
goza de un éxito indiscutible como así lo confirman las reediciones de las
obras que inauguraron catapultaron y
asentaron el género; Lazarillo, Guzmán
y Buscón, y la publicación de las
series de obras que más o menos fieles al canon se adscribieron al género. El
escritor vallisotelano sigue la moda del momento como filón para llegar a más
lectores y aumentar así sus ingresos, y publica cuatro obras de claro sabor
picaresco: Las harpías en Madrid y coche de las estafas (1631); La niña de los embustes, Teresa de
Manzanares (1632); Las aventuras del
bachiller Trapaza (1637) y La garduña
de Sevilla y anzuelo de las bolsas (1642).Todo un ciclo picaresco que se
desarrolla al estilo italiano, con cuadros de indudable reminiscencia
boccacciana. Dentro de este ciclo cabe incluir el cuento El proteo de Madrid, inserto en Las
tardes entretenidas (1625), de corte claramente picaresco y primer acercamiento
de Castillo al universo picaril.
El quehacer narrativo picaresco de Castillo
destila más que compromiso social y moral; compromiso comercial. Castillo
buscaba el éxito y la narrativa picaresca le sedujo como posibilidad de
lograrlo. De ahí que tome de la poética picaresca lo que le conviene e
interesa, rechazando la estructura que inherentemente presuponía el compromiso
con una serie de problemas socio-morales en la España del Siglo de Oro. La cuestión de honra, la limpieza de sangre, el
ascenso social, la apariencia externa de un honor inexistente, la sátira
anticlerical, social, etc., denunciados en
sus máximos exponentes, autores de una sola novela picaresca: Quevedo,
Mateo Alemán, Vicente Espinel, J. Martí, Alcalá Yáñez, López de Úbeda, etc., no
encuentran eco en la pluma de Castillo. A lo sumo, algunos, y tamizados.
Una fuerte influencia aristocrática, le
llevó a defender los valores de la nobleza antes que atacarlos, y retomar un
género como el de la picaresca, lejos de su faceta más canónica, como una
negociación tanto social como literaria. Canaliza pues en el nuevo espacio
narrativo, ya no las preocupaciones de un converso, sino las de un autor en
diálogo con un público cortesano. Esta conciliación, en palabras de Del
Monte (1970): "la urbanización y la comercialización [supone] –el decaimiento-del
género”. Sus pícaros no viven acosados por el hambre, y su visión del mundo
dista mucho de la mirada satírica y acerba de Lazarillo, o desengañada de
Guzmán. Los pícaros de Castillo Solórzano participan e incluso viven como
los aristócratas, aventuras cortesanas estructuradas a modo de la novelística
caballeresca. Por ello, una parte de la crítica considere estos relatos como novelas
costumbristas o cortesanas.
Castillo como epígono y un siglo después del Lazarillo experimenta, innova y
transgrede la poética picaresca, creando unos relatos diferentes, dinámicos y
originales, en clara evolución en las estructuras (formas) y en los contenidos
(temas, mundo moral, sátira etc..). Son otros años, otros tiempos, y otro
público lector. Castillo formado en la práctica de la novela cortesana y
avezado creador de intrigas concibió la práctica picaresca desde la perspectiva
cortesana, comercializada y decadente que se alejaba de la verdadera esencia
que el género picaresco declamaba. Sus relatos picarescos o “apicarados” beben
de una tradición ya muy manida y desgastada pero que en la primera mitad del
siglo XVII aún sigue siendo atractiva. La maestría de Solórzano radica en elaborar
unos relatos misceláneos y de entretenimiento que seducen al nuevo público
lector, ávido de distracción, y que sitúan a su creador en un lugar preeminente.
[1] Las investigaciones de Emilio
Cotarelo y Mori (1906), reinterpretadas por F. Ruiz Moncuerde (1972) y E. Julià
Martínez (1947) son hasta la fecha las
más rigurosas y exhaustivas.
[2] Aún así, no hay que desmerecer
su aportación a la comedia con El
Mayorzago figura y El marqués del
cigarral, consideradas precursoras de piezas posteriores de Moreto,
Cañizares, Zamora o Rojo.
[3] Los denominamos así porque no
son novelas verdaderamente picarescas según el canon tradicional.