Eugenia Fosalba
(estudio y notas), El Abencerraje, edición, Madrid, Real Academia
Española (Biblioteca Clásica de la Real Academia Española, 33), 2017,
353 pp.
La
Biblioteca Clásica de la Real Academia cuenta con otro exquisito título en su excelente
y célebre colección: El Abencerraje,
una cautivadora novelita de mitad del siglo XVI, de prosa ágil y emotiva con visión
humanista, considerada el mejor exponente de la narración morisca. Esta
edición, al cuidado de Eugenia Fosalba, es digna de todo elogio: su propuesta
ofrece respuestas muy decisivas a las lagunas que siempre han acompañado al
texto en su trayectoria crítica: ¿quién es el autor de la Crónica?, ¿cuál es la evolución textual de las diferentes
versiones?, y/o ¿fue Montemayor quién firmó la versión inserta en la Diana? La aportación de Fosalba es, en
este sentido, con todas las observaciones que se quieran, un adelanto indiscutible
en los desafíos planteados, y constituye un aporte fundamental en la historia
literaria del texto.
La
edición presenta las tres versiones distintas del Abencerraje en un único volumen; un feliz acierto que permite al
lector consultar y valorar por sí mismo las cualidades de cada una, porque, aunque
parecidas –nos dice la editora- «se percibe en cada una de ellas la impronta de
sensibilidades artísticas distintas, que reescriben según un criterio
estilístico dispar esa tela de Penélope en que terminó convirtiéndose el Abencerraje» (p.83).
Abre
el telón el texto de las tres versiones para su lectura inmediata. Sigue un nutrido
estudio de casi 180 páginas al que Fosalba se ha implicado intensamente, como así
se desprende de su dominio sobre la materia en las cuestiones más importantes y
novedosas del Abencerraje. La
monografía se ha estructurado en siete epígrafes, que revisan las versiones,
las autorías, el trasfondo histórico, las fuentes, la fortuna del texto y la
edición.
En
un primer apartado –La tela de Penélope-,
la editora nos presenta brevemente las singularidades de las tres ediciones. La
versión más antigua, conocida como Crónica
(Crónica del ínclito infante don Fernando),
es la que más se aproxima al texto original, de carácter oral, escrita no antes
de 1548 «porque el contrato matrimonial
entre Dembún y doña Blanca de Sesé data de ese mismo año, antes del cual no
podían haber nacido los amados sucesores a
que aluden los preliminares
» (p. 187). Nos han llegado dos ejemplares del mismo año (Cuenca y Toledo,
1561) en un formato -semejante a los pliegos sueltos-, que ha dificultado su
resistencia al paso del tiempo. Los testimonios están seccionados,
afortunadamente, en diferentes páginas, por lo que se complementan. Esta
versión, muy desdeñada por la crítica (obra de un «baturro desmañado» en
palabras de Bataillon), dejó un espacio crítico muy útil que la editora ha
aprovechado con una edición crítica anotada y justificada dentro de las
coordenadas interpretativas modernas, y constituye otro de los mayores
atractivos de esta edición. Respecto a la segunda versión, esta apareció en el Inventario de Antonio de Villegas, una
miscelánea de varias piezas que el autor fue recopilando a lo largo de tres
lustros, pero que no vio publicado hasta 1565, en Medina del Campo, cuya
licencia de impresión data de 1551. Es la más lograda de las versiones y la que
ha gozado del beneplácito de la crítica «dada su pulcritud y austeridad
lingüísticas». La tercera versión, la
más leída y difundida, es la que se insertó al final del libro IV de la Diana de Montemayor, en una edición
vallisoletana que se acabó de imprimir en enero de 1562, el mismo año de la
muerte del escritor portugués. Es la versión más alejada del texto original con
más licencias, y «constituye una bella recreación que amplía la faceta
psicológica y sentimental del relato, al tiempo que musicaliza es estilo neutro
de las versiones anteriores» (p.85).
Tras
este breve repaso, se dedica un capítulo -Autorías
de las tres versiones- al espinoso problema de la identidad del autor de la
Crónica. En este frente, la editora
muestra especial entusiasmo en atribuir la versión más primitiva del Abencerraje a Jerónimo Jiménez de Urrea,
hombre de temperamento humanista, militar y escritor, responsable de la famosa
traducción del Orlando furioso y la Arcadia. Las valiosas
apreciaciones de Soledad Carrasco sobre el ambiente cultural de Épila desempolvaron
la figura de este «interesantísimo personaje» que tuvo un papel muy destacado
en esa zona aragonesa junto a Garcilaso, Gutierre de Cetina y el duque de
Sessa. A partir de la pesquisa de S.Carrasco, se reconstruye una breve, pero
certera biografía del escritor, que relaciona al personaje con el texto, y permite
considerar, aunque no de manera definitiva ni perentoria, la candidatura del
escritor aragonés como plausible. Jiménez de Urrea, hijo ilegítimo y huérfano
del Vizconde Biota, se crió bajo la protección de los señores de Épila, de
donde era oriundo, Jerónimo Jiménez Dembún, señor de Bárboles y Oitura, a quien
va dirigido el Abencerraje más
antiguo. Los datos exhumados vincularían a Dembún y su esposa (Doña Blanca Sesé,
también aludida en la dedicatoria del Abencerraje)
con Jerónimo Jiménez de Urrea, porque el autor aragonés estaba emparentado con
Pedro Manuel, hermano del segundo conde Aranda, y esposo de la tía carnal de
doña Blanca, a quien dedicó las octavas añadidas a la traducción del Orlando. El lazo familiar habría
propiciado, por consejo de doña Blanca a su esposo, una obra de encargo como el
Abencerraje que se ajustara a las
necesidades de las circunstancias convulsas de Aragón a finales de los años 50.
Según parece, Dembún destacó por su intensa
actividad política a favor de la convivencia pacífica entre moros y cristianos,
y en contra de los avances del Santo Oficio, y que lo relacionarían «con los
ideales que respira el Abencerraje»
(p.86). Otro dato que conviene retener es la larga estancia de Urrea en Italia,
desde 1536 hasta 1547, donde participó en distintas campañas militares junto a
Garcilaso y Guillén, hijo de Hugo de Moncada, y que favoreció en un proceso de
formación el conocimiento de la lengua vernácula italiana, aspecto que comparte
con el autor de la novelita como se desprende de los datos que van aflorando a
su lectura. Es más, su permanencia en el extranjero pudo favorecer que perdiera
el control de un opúsculo como El
Abencerraje», y habría propiciado «que la obra se plagiara y remozara sin
obstáculos aparentes al menos por dos autores más, rivales entre sí, deseosos
de ser aceptados en la corte española: Antonio de Villegas y Jorge de
Montemayor» (p.99). La editora remata su hipótesis con el cotejo de dos obras
de Jerónimo Jiménez de Urrea (Don
Clarisel de las flores y el Diálogo
de la verdadera honra militar) con El
Abencerraje, que registran reminiscencias
y puntos de contacto. Las escaramuzas, las descripciones de ropajes, el
ambiente neoplatónico que irradian algunos poemas de Don Clarisel, etc., evocarían «la prosa en tantos momentos poética
del Abencerraje» (p.89); luego, los
discursos sobre la virtud y la nobleza, la ausencia del espíritu combativo, la
tolerancia racial y religiosa, la compasión con el derrotado, la actitud
dialogante, la amistad y la debilidad emocional del personaje del Diálogo, etc., son pragmáticos
comportamientos que asoman también en la Crónica.
Un último dato oportuno: no hay noticia alguna de Urrea desde 1557 hasta 1560,
vacío que coincide con la probable fecha de composición del Abencerraje más primitivo.
No
menos interesante es la sólida defensa de atribución a Jorge Montemayor el Abencerraje pastoril (tesis defendida
por la editora en trabajos anteriores, y consensuada a día de hoy por la mayor
parte de la crítica). En esta edición se perfecciona la hipótesis con una
pormenorizada demostración que revela las afinidades estilísticas existentes
entre la Diana y el Abencerraje pastoril en un apartado
riguroso y paciente (capítulo 5), que avanzo aquí por la conveniencia del
asunto. Los usos compartidos entre ambos textos son las perífrasis, los adverbios
intensificadores, los superlativos, las locuciones de engarce, los verbos, algún
lusismo, las estampas parecidas, las lecturas literalmente idénticas, etc. Concomitancias
que señalarían, de manera indubitable, que detrás de la Diana y la versión pastoril está la pluma de Montemayor. Se afina
más la hipótesis con tres lúcidas reflexiones que avalarían la candidatura:
1-
La mayoría de las oraciones en la Diana son negativas; uso notable que se
incrementa en el Abencerraje pastoril.
Característica obviada por la crítica más solvente que la editora no duda en
reprobar.
2-
La aparición en la Diana de otro relato inédito junto al Abencerraje, esto es, la Historia
de los muy constantes e infelices amores de Píramo y Tisbe, de cuya autoría
nadie duda.
3-
Las palabras de Lope de Vega en la dedicatoria de El remedio en la desdicha «Escribió la historia de Jarifa y
Abindarráez, Montemayor, autor de la Diana,
aficionado a nuestra lengua, con ser tan tierna la suya…». (p.234).
Cierra
el capítulo las afrentas literarias
entre Montemayor, Urrea y Villegas. El escritor portugués habría menospreciado
el trabajo tanto de Urrea como de Villegas, y este último se habría burlado de
la obra de Montemayor. La animadversión profesional explicaría por qué la versión
del medinense, publicada cuatro años después de la Diana, no registra ningún tipo de contaminación del texto del lusitano
«Es impensable que Villegas cotejara (para utilizarlas como testimonio base) la
versión de Montemayor al escribir la suya […] El texto que edita Villegas en su
Inventario jamás se contamina con las
muy abundantes amplificaciones de la versión de la Diana. Y las puntuales contaminaciones que hay en otros pasajes no
son fruto de la voluntad estilística del autor que escoge entre dos modelos al
compararlos, sino que obedecen a la existencia de un subarquetipo que se sitúa
entre la Crónica y el Inventario» (p.120).
Otro
de los problemas irresolubles hasta el momento del Abencerraje tiene que ver con el mito que se creó alrededor de la
casta de los Abencerrajes, y su supuesto «fondo de verdad». En el capítulo tercero -Trasfondo
histórico del Abencerraje-, la editora se plantea si el linaje granadino fue tan heroico como lo describen las
crónicas, los romances y las Guerras
Civiles de Hita; y si la matanza de Abencerrajes a que alude el cuento
tiene el mínimo asidero en la realidad. El dilema no parece tener pronta
resolución a falta de fuentes fiables sobre el siglo XV granadino; las últimas
aportaciones indicarían que algunos personajes considerados históricos como Muhanmad
X el cojo y Ali-Al-Amin han sido fabulaciones de cronistas, desmoronando buena
parte de la historia de la leyenda de esta estirpe. La editora repasa los
textos pseudohistóricos que actuaron como posibles fuentes de este «delicado
relato» y constata que en algunos romances como «Paseábase el rey moro» y «Junto
al vado de Genil» se adivinan destellos de la obrita; y entre las crónicas
castellanas, los Hechos del condestable
don Miguel Lucas Iranzo y la Relación
de algunos sucesos de los últimos tiempos del reino de Granada de Hernando
de Baeza habrían dejado la semilla de la leyenda de la decapitación de los
Abencerrajes en el Patio de los Leones de la Alhambra. La turbia y escasa
documentación hace difícil saber «cuál pudo ser el núcleo primitivo que dio
origen al relato tal y como se lee en las versiones que han llegado a nosotros
[…] lo único que podemos afirmar con certeza
es que el Abencerraje se
escribió por los años en que se publicaron las primeras grandes antologías de romances, y después fecundó no solo la
novela histórica –con sus famosas interpolaciones poéticas, dando comienzo con
las Guerras civiles de Hita-, sino
que también tuvo enorme fortuna en el romancero nuevo» (p.136). Concluye el
epígrafe con las fuentes literarias que sirvieron de inspiración al autor del Abencerraje. Se constatan tradiciones
literarias de diferente raigambre en la paleta de colores de este lienzo amoroso
que es El Abencerraje. Afloran en sus
páginas ecos de romances fronterizos, crónicas y lances caballerescos, aderezados
con finos conocimientos de la literatura vernácula italiana. Se filtran escenas
de la práctica sentimental renacentista italiana de la Fiammeta y el Filocolo, de
Boccaccio, refinados con matices de Sannazaro y la dulzura de Garcilaso.
En
el siguiente capítulo –Impacto de la
novela morisca en Europa-, se reflexiona sobre el alcance, las imitaciones
y la maurofilia que suscitó del Abencerraje
en la literatura europea. En España,
algunos romances de cancioneros dispersos (1570-1583) se inspiraron en los protagonistas
del cuento, pero no es hasta 1595 cuando Ginés Pérez de Hita escribe la novela
pseudohistórica las Guerras Civiles de
Granada, primer intento serio que amplia y recrea el relato de Abindarráez
y la hermosa Jarifa; una extensa narración -armada a base de textos históricos,
romances fronterizos y moriscos llenos de fantasías-, donde se dilata hasta la
extenuación la factura amorosa. Fuera de nuestras fronteras, en Francia, el
cuento se dio a conocer gracias al éxito de la Diana de Montemayor en la edición Vallisoletana que
tuvo una ferviente acogida. Consta que las Guerras
Civiles de Granada se tradujeron también, en 1608 (dos años después de su
publicación en tierras galas), desatando una atracción por la narrativa de tema
moro como se ve en la proliferación en el imaginario francés de caballeros
nazaríes. A partir de los paradigmas españoles, vieron la luz: Almahide de Scúdery, Zaïde y la Princesse de Clèves, de
Madame de La Fayette. Por el contrario, en Inglaterra y en Italia el
tema morisco apenas arraigó; el italiano Balbi Corregio vertió en verso la
novelita en 1593, y en la Duocento
novelle (1609) aparece la Liberità
grande usata ad un moro da Federico Narváez. En dominios ingleses, John
Dryden llevó a las tablas The conquest of
Granada by the spaniards, en 1670, y un siglo y medio después, en 1828, Irving rescata el tema de los últimos años de Granada
en su Chronide of the Conquest of
Granada.
Muy
valiosas son las páginas dedicadas a la Historia
del texto. Es un capítulo abigarrado de contrastes textuales, largamente
meditado, pero lejos de leerse latoso es sumamente amable con el lector por su
claridad expositiva. En él se disipan las dudas sobre la precedencia de los dos
testimonios de la Crónica, aparecidos
el mismo año. Todo parece indicar que proceden de un arquetipo que debió
circular manuscrito por los errores que ambos ejemplares comparten. Un pasaje
deturpado del testimonio de Cuenca, por error del copista, pudo enmendarse tras
cotejarse con el testimonio de Toledo (descubierto, en 1957, por Romeau), detalle
que indicaría que la Crónica toledana
es anterior a la de Cuenca. Sigue el capítulo con el escrutinio de las tres
versiones; en un depurado análisis, Fosalba señala las variantes más
representativas de la evolución estilística del texto para catar sus méritos
respectivos, y establecer un orden cronológico de las versiones. Tras el
contraste, se llega a conclusiones muy significativas:
1-La
Crónica es anterior a las otras dos
versiones. Teoría esbozada anteriormente por K. Whinnom, quien enmendó el error
de enfoque de la crítica textual del Abencerraje,
que hasta entonces había incorrectamente considerado la versión de la Crónica posterior a la versión del Inventario. La editora supera la conjetura
del crítico inglés con aportaciones inéditas que ponen más claramente al
descubierto la intervención por parte de Villegas en ese arquetipo cercano a la
Crónica del que él mismo hubo de
partir para la edición. Los indicios irrefutables de la anterioridad de la Crónica respecto a I y D serían las notas
eróticas y las palabras malsonantes incluidas en algunos pasajes de C que se tijeretean en I y en D.
Se observa en el fragmento en que Abindarráez revela al capitán cristiano el
grado de adoración que profesa a Jarifa. En C
se lee: «Todo mi pensamiento era en ella, tanto, que muchas veces lo levantaba
a entender cuál había sido su hacedor para adorarle por supremo bien (p.21); I retoca y poda: «todo mi pensamiento
era ella» (p.46); y la Diana, sencillamente,
lo elimina. Los sucesos en exceso cronísticos y los rasgos de oralidad de la Crónica (reiteraciones de vocablos,
errores de concordancia, desajustes sintácticos, frases a la deriva,
improvisaciones, vulgarismos, aragonesismos, arcaísmos, abuso de la conjunción
copulativa, etc.), son aspectos que se corrigen en las ediciones que vienen
detrás en un claro proceso de estilización. C
escribe: «en la cinta traía una
hermosa cimitarra y traía una adarga
grande» (p.11); I lee: «Traía una darga y una citimarra» (p.40),
y D reelabora: Traía una adarga en el brazo izquierdo, muy grande, y en la
derecha mano» (p.62). Otro ejemplo señalado por la editora es cuando
Abindarráez empieza a sentir la ausencia de su amada. Se lee en C: «Y a cualquiera parte que me volvía,
hallaba su imagen en mis entrañas transformada tan al natural cuanto a ella
natura debujó» (p.20); I escribe: «donde quiera que volvía la cabeza,
hallaba su imagen, y en mis entrañas, la
más verdadera» (pp.45-46). D profundiza
todavía más en la faceta platónica y resuelve: «a doquiera que volvía la
cabeza, hallaba su imagen y trasunto, y
la más verdadera, trasladaba en mis entrañas» (p.68).
2-
Las lecciones comunes a la Crónica y
la Diana, y las lecciones solo
comunes al Inventario y la Diana demostrarían que la Diana se compuso no únicamente con la Crónica delante, sino que manifiesta
tener conocimiento de cambios introducidos por el Inventario. Se ve muy bien en el pasaje de la escaramuza, donde asoma
la intervención del narrador «algunos dicen…» (p.63), porque conoce el cuento con
soluciones distintas y zanja bajo su criterio. En resumen, el Inventario solo se habría apoyado en la Crónica (en un texto anterior), la Diana respeta todas las grandes podas del
texto de Villegas, y, en ocasiones, la Crónica
contamina la Diana a través de
lecciones puntuales aportadas por el Inventario.
Por lo que se concluye que habría circulado un manuscrito intermedio entre C e I,
un primer texto de I, sutilmente pulido,
que se movería por los círculos vallisoletanos, y que Villegas pudo acabar de
retocar con la inserción del cuento del anciano (inspirado en la primera novela de Il Pecorone de G. Fiorentino) mientras preparaba su miscelánea, y
del que se nutrió el autor del Abencerraje
pastoril.
3-En
el caso de la versión de la Diana, Fosalba
constata depuraciones en los
motivos bélicos, amplificaciones descriptivas en la interpolación de células (la
sextina), y una audacia en la reorganización sintáctica que aporta elasticidad y
musicalidad al texto. Habilidades que perfilarían el temperamento de un redactor
que, lejos del plagio, prefirió aumentar este tesoro literario del Renacimiento
«con la gracia añadida de cautivar a quien la leía merced a un dulce balanceo
emocional y rítmico» (p.251).
Concluye
el estudio literario-cultural con Esta
edición. Para la transcripción de los tres textos de El Abencerraje, la editora ha adaptado la grafía según las
exigencias de las ediciones contemporáneas de los textos áureos. Sin embargo, a
diferencia de lo que ocurre en las versiones del Inventario y de la Diana,
con un sabor estilístico más actual, en la Crónica
se ha respetado algunos rasgos lingüísticos peculiares para ofrecer el texto
más fiel al original, evitando una modernización radical como se ha llevado a
cabo con otros textos de la Biblioteca Clásica. Se mantienen los aragonesismos
y formas verbales arcaicas, con el objeto de «crear el efecto de una suave
patina arcaica» (agora por ahora, recaudo por recado, zurujano por cirujano, etc.), todo un acierto. Las normas de anotación siguen
los criterios de la Biblioteca Clásica en dos niveles: a pie de página y en
sección aparte, dirigido a un público amplio que va desde los que carecen de
especial formación, y al estudioso, historiador o filólogo. Las notas son muy
útiles porque permiten seguir la lectura y señalan puntualmente los cambios más
relevantes entre las tres versiones; las complementarias son especialmente
ricas en información: (toma de Antequera p.308), (incesto p.319), (las marlotas
p.311), y permiten aquilatar datos cuando al lector le plazca.
Culmina
el volumen con dos anexos: una
selección de fragmentos de la primera parte de las Guerras civiles de Granada (1595) y la Historia del moro
Narváez, alcaide de Ronda, considerado, este último, como posible bosquejo
del que partió la novelita.
En
el «Aparato crítico», Fosalba ha cotejado las dos ediciones de la Crónica: Toledo, 1561 (Miguel Ferrer,
testimonio Ch) y Cuenca, 1561 (testimonio C); tres del Inventario: Francisco
del Canto, 1565 (testimonio A), Hieronimo de Milis, 1577 (testimonio B), y la edición de López Estrada, 1980
(testimonio L). En cuanto a la
versión de la Diana se han
contrastado hasta once ejemplares. Cierra la edición las «Notas
complementarias» y una crítica y adecuada «Bibliografía».
Con
gran entusiasmo recibimos esta espléndida edición del Abencerraje. Eugenia Fosalba ha elaborado un estudio con tanta sensibilidad
e inteligencia que lo hace atractivo y estimulante para cualquier lector. Si El Abencerraje es una lectura
emocionante (así la debió considerar Cervantes al aludirla en el Quijote), no menos fascinante ha sido
descubrir sus secretos con la destreza de su editora.
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