En
1977 Andrés Amorós lamentaba que siendo Umbral uno de los escritores españoles
que había alcanzado más popularidad, su creación literaria no había sido
estudiada como merecía, quizá por cercanía –por juventud-, o bien por su
incomprensión, dejando ese reto a futuros venideros. En los albores del siglo
XXI el lance sigue vigente puesto que los estudios realizados a su obra se
cuentan escasos si nos atenemos a la ingente producción que dejó con noventa
títulos publicados y miles de artículos de periódico, siendo uno de los
escritores más prolíficos de la segunda mitad del siglo XX. Esta realidad
literaria –aunque quizá no procesada- lo sitúa en la misma esfera que Ramón
Gómez de la Serna al que Umbral nunca ocultó su admiración y con el que tantas
semejanzas comparte.
Así
pues, nos encontramos ante un escritor algo desconocido, enmascarado por la “grandilocuencia”
del personaje en sí y que de alguna manera denostó su labor literaria. La obra
umbraliana traspasa las fronteras de lo inasible para enraizarse en la
perpetuidad de la memoria literaria con esa dedicación absoluta a la literatura
que él llamó la “escritura perpetua” porque esta lo era todo, su vida y su
mundo. Ese vivir por y para la escritura lo ha encasillado en el último de los
escritores -en palabras de Cela- que
“acertó a pasar por este valle de lágrimas nimbado de literatura, naufragado y
envuelto en literatura, confundido con la misma literatura, esa anegadora nube
de buena disciplina”. Es Umbral pues el último escritor que cierra la nómina de
escritores como Valle- Inclán, Manolo Machado, Gómez de la Serna, “rehén
gozoso” –según García Posada- de la literatura en un tiempo periclitado y con
cierto desmedro de épocas más literarias donde su pluma rezuma algo desubicada.
Pero es en este punto donde se manifiesta el escritor individuante y original
siempre trabajando con el idioma, buscando las asociaciones más insospechadas,
manipulando la gramática a placer. Todo su
universo literario remite a un mismo manantial: el de la elaboración de
un estilo propio, trabajado, articulado, desmenuzado, recreado que configura su
estética tan personal y unívoca.
De
lo dicho se profiere que cuando uno se adentra en el mundo personal y
profesional de Francisco Umbral es necesario manejar una serie de coordenadas
para comprender su singular manera de entender la literatura. Lo primero que
echa de ver quien se encara a su prosa es que el componente autobiográfico mora
en toda su producción narrativa. Umbral se sirve de su propia existencia como
material novelable. El aparato vital –la no ficción- camina por el mismo
sendero que el de la ficción o fábula sin discernir la vida del hombre con la
vida del escritor. Vida y literatura forman parte de una misma moneda, la cara
y cruz que siempre van unidas, insoslayables la una de la otra. De ahí que en
su creación narrativa el hombre aparezca sin reservas y en su vida privada el
escritor deambule obstinadamente. Autobiografía y ficción andan de la mano por
senderos afines de la creación artística, intercalándose entre sí
superponiéndose la una a la otra sin aviso. El componente memorialístico se
erige por encima casi siempre de la fábula, en otros textos, será a la inversa,
pero lo habitual es que ambos se fusionen en el mismo molde, creando un cierto
barullo entre ambos conceptos. Se produce así un pacto que el autor establece
consigo mismo y con el material seleccionado pero también con el lector que
acepta esa convención en cuanto lo importante no es la verosimilitud de los
hechos narrados sino la gratificación estética e intelectual que el elemento
recordatorio comporta. Además en Umbral su prosa es deliberadamente
autobiográfica porque entiende la escritura como un acto de interiorización
personal que huye del egotismo en sí mismo, como catarsis, como herramienta
necesaria para la comprensión de la propia naturaleza humana.
De
ahí que su creación huya de la ficción ajustada a los cánones narrativos que
coartan la libertad, y se acomode operando desde la absoluta independencia que
le proporciona la tendencia memorialística. La anécdota pasa a ser mero punto
de apoyo a partir del cual poder profundizar y desarrollar un discurso
eminentemente autobiográfico que no pretende dar ideas ni conclusiones
determinadas, sino que el relato funciona como catarata de pensamientos
desbocados sin intención intelectual.
Del
discurso autobiográfico nace la literatura como evasión. A través de la pluma
Umbral consigue huir de la realidad que se le muestra hostil y perversa. Es la
reivindicación del yo romántico (yoísmo) siguiendo los presupuestos del
idealismo alemán: el hombre frente al mundo y en contra de una sociedad que le
repugna. También como eternización de la infancia incorruptible, como sustento
del ego, como una profesionalidad exasperada y como un mismo acto existencial
que le llevó a la creación de una imagen que conjugaba el malditismo, el snobismo y
el esteticismo, dando lugar a motes como “el viejo dandi” o el “quinqui vestido
de Pierre Cardin”. Un disfraz que él mismo reconocería en varias ocasiones y
que le fue muy fructuoso porque ayudaba a vender. Detrás de de la voz ofensiva,
la actitud irreverente y provocadora, las gafas de pasta y bufanda blanca,
propio de modelos románticos como Larra, Baulelaire, Wilde, Rimbaud etc…
asomaba un hombre de profunda sensibilidad y ternura, que se escondía tras el
fortín de su pluma.
De
lo expuesto a lo realmente sustancial en la prosa umbraliana: el estilo. Para
muchos críticos: unos de los grandes estilos del siglo. Es para Umbral la
escritura acto de libertad expresiva. No teme romper las convenciones, las
reglas, y la gramática para crear, recrear y enriquecer. Su modus operandi estriba en destruir la
gramática para experimentar y sacar el máximo provecho de ella. El lenguaje es
llevado a sus últimas consecuencias y los juegos verbales provocan las
asociaciones más insospechadas. Destrucción para una posible reconstrucción.
Primero el lenguaje, luego y siempre el
lenguaje, en busca del texto puro, en línea de los formalistas rusos y los
estructuralistas franceses que le dan las pautas que luego él reelabora en unos
recursos y registros estilísticos que singularizan su creación narrativa. El
resultado es un estilo propio como el ADN, personal e intransferible, que emana
de la libertad y la anarquía y en donde los juegos verbales, las metáforas, las
sinestesias y la musicalidad invaden toda su prosa poética. Y es que lo que
realmente hace Umbral es aplicar los recursos del verso –al que fue gran aficionado-
a la prosa, otorgando a sus textos una indiscutible perpetuidad en el tiempo.
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