Cruzando el umbral de Mortal y rosa. Cap.2



Fue Francisco Umbral un escritor muy versátil, cultivó todos los géneros narrativos: memorias, autobiografía, novela, cuento, ensayo, crítica literaria, diccionarios, poesía etc… Su “eléctrica” pluma opera sin establecer fronteras entre los géneros nadando en diferentes aguas a placer, dificultando la tipificación de sus textos. El mismo escritor desdeñó la etiqueta “comercial” de novelas umbralianas por la idea de novelista de la memoria porque sus obras son libros de memorias proyectados a través de la subjetividad, la memoria y el estilo, alejados de la simple redacción. Su quehacer literario aspira como en la lírica a la recreación sin ciña, libre de  cualquier estructura ordenada sujeta a peripecias, donde la combinación léxica, verbal y la voluntad de experimentación entran en disputa con los presupuestos decimonónicos. Para Umbral solo había un camino posible para la creación: el sendero marcado por Proust. Con él – y según el autor-: “La novela tradicional, ese juego, ese artificio estúpido muere”. Proust le da las coordenadas para crear: la contaminación de géneros, el lirismo y el componente subjetivo en busca de la conquista del yo. Todo un decálogo que el autor articula al compás de un tiempo que el mismo arbitra para recrear todo un universo estilístico e idiomático levantado a través de la repetición y la insistencia, claves en la definición de su estilo que exhibe a través de una innegable intención: escribir el mismo libro pero cada vez de forma distinta.
En este universo estilístico individuante se impone sobresalientemente Mortal y Rosa. El público solicita un libro con el que recordar a un gran escritor que englobe toda una labor de años en una pieza única, en donde su autor se manifieste como en ninguna otra. Como Lope de Vega siempre estará cosido a Fuenteovejuna, o Juan Ramón a Platero y yo, Umbral quedará por Mortal y Rosa, su obra cumbre y una de las piezas magistrales de la narrativa contemporánea. Es a nuestro parecer uno de los más valiosos ejemplos del experimentalismo que se llevó a cabo en la década de los setenta en sintonía con otras obras de calado como Volverás a Región de Benet, ejemplos de alta literatura y gran exigencia estética. En este marco Umbral ejecuta un texto marcado por el fragmentarismo, los discursos líricos, los blancos tipográficos, el légamo de la memoria en transgresión con los principios escolásticos dando el impulso definitivo y la constatación de una nueva forma de escribir evidenciando un estilo brillante y particular. Su prosa transita entre el diario íntimo que va tejiendo a diferentes ritmos con altas dosis de lirismo desestructurado y fraccionado. La independencia de los segmentos actúan como unidades de tres o cuatro páginas relacionadas con los descansos que el autor se toma, y que desgajados del corpus principal funcionan como artículos o breves ensayos. Este fragmentarismo le da lo que Javier Marías llamó “calidad de página”, pero lejos de actuar como módulos inconexos, en Mortal y rosa están excelentemente soldados, hilvanados sutilmente para que el hilo argumental –la enfermedad de su hijo-, se estire hasta el final con la trágica muerte del pequeño. Tras una apariencia desestructurada, dividida y caótica hay un discurso muy meditado y bien ensamblado que recuerda a los paisajes de la escuela pictórica impresionista. Mortal y rosa se escribe a golpe de trazos ligeros pero contundentes que captan la realidad en esencia a partir de la espontánea inspiración, dejando que la inventiva y la peripecia se sustenten en el orden verbal.

Si el estilo es la huella dactilar y sello de identidad de todo escritor, el de Francisco Umbral sobresale por original e intransferible. Umbral aplica en Mortal y rosa  los recursos del verso y los potencia al máximo, de ahí que se hable de prosa lírica con reminiscencias musicales de la prosa simbolista y modernista. Umbral se acoge a la fuerza evocadora fonética de las palabras que se engarzan unas tras otras formando una armoniosa melodía que consigue emocionar al lector:

“El Frío, hijo, el frío, compañero helado de la infancia pobre, gato sucio y arañador que fue mi única amistad durante tantos años, que toda la vida ha ido haciendo crecer su yedra por mi cuerpo invernal, y que ahora, más vencido yo hacia la sombra, me atenaza la garganta con una fijeza triste, o canta en mis bronquios con metal turbio de la noche, o ciñe mi vientre, lo traspasa como un filo invisible, como un frígido cuchillo de pescado, hasta dejarme doblado, encogido, indefenso” (Mortal y rosa).

 Es un estilo lírico que lleva hasta el límite la creación expresiva donde los juegos verbales, las metáforas, las imágenes, las series adjetivales o las enumeraciones potencian más la carga connotativa que la denotativa. Nos enfrentamos a un estilo anárquico, grave y porfioso que busca siempre la originalidad y la sorpresa pero sobre todo es profundamente sensorial. Umbral siente el mundo a través de sus sentidos ávidamente desarrollados. Su entorno es  desmenuzado a través de su bagaje lírico y de ahí que la realidad exterior se muestre distinta, extramundana recreada a través de su incuestionable personalidad. El modelo lírico le da la posibilidad del ejercicio estilístico como un juego para llevar el lenguaje a sus últimas consecuencias, el lenguaje por encima de la propia obra y del propio escritor. Jugar con el lenguaje y perseguir las palabras siempre con transparencia, dejando pasar la luz del mundo sobre la cuartilla, el sol sobre la escritura evitando que su pluma –como escritor, se entiende-, ensombrezca la palabra escrita.
El estilo de Mortal y rosa responde al dominio y deleite por los recursos líricos orquestados por el componente autobiográfico. El resultado es un ejercicio estilístico brillante, intenso, ágil, eléctrico fruto de la desesperación y del delirio: evocaciones repentinas llenas de cólera, locura, ternura y desconsuelo escritas por un bonzo  -en palabras del propio autor- : “a las seis de la mañana, con pastillas y alcohol”.  El “juego de piernas” en palabras de José Hierro, distrae la atención de las reflexiones y comentarios más profusos. La pirueta verbal se exhibe para regalar ingenio y originalidad sea cual sea el tema a tratar. La calidad estética, el lirismo y las reflexiones de hondo calado confluyen creando un discurso que transita desde el exacerbado vitalismo de las primeras páginas al nihilismo en las últimas:

“Solo encontré una verdad en la vida, hijo y eras tú. Solo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con las lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirme. Si no, haría ese gesto y nada más” (Mortal y rosa).


El pensamiento filosófico umbraliano se oculta una vez más bajo el poder y la fuerza del lenguaje lírico y la magia estética. El perpetuo tour de force entre el desgarro interior y la potestad del lenguaje origina en sus páginas algo “misterioso”  como apuntó Pla. De toda la obra umbraliana, es Mortal y rosa la que mejor equilibra pensamiento, altura estilística y poesía, convirtiendo el texto en una obra tridimensional y unívoca, y a Umbral, en un escritor insumergible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

ENTRADA DESTACADA

Segunda parte del Lazarillo. Amberes, 1555: un relato de poco alcance.

Que el Lazarillo de 1555 supone un retroceso artístico con respecto a su antecesor de 1554 es indiscutible. La Segunda parte anónim...